Me gustaría empezar diciendo que hacía mucho tiempo que no dirigía una partida que me dejase tan buenas sensaciones. La verdad es que la satisfacción no ha sido sólo mía, los jugadores se han quedado con ganas de más. Lo malo es que limitándome a contar el desarrollo de la partida no puedo haceros partícipes del grado de satisfacción general y personal.
Si he de elegir un momento concreto, uno determinante, que me haya indicado que iba por buen camino, ese ha sido cuando uno de los PNJs ha respondido a la pregunta de uno de ellos:
– ¿Qué día es hoy?
– 2 de mayo.
Y la cara se les ha iluminado. Sabían de qué iba el asunto y querían estar a la altura de las circunstancias. Había un compromiso personal en la actitud que tomaron. No sólo ellos como jugadores, sino su interpretación y sus personajes tenían que estar a la altura de las circunstancias.
La verdad es que cuando se me metió en la cabeza la idea de dirigir partidas a los alumnos con un trasfondo histórico lo hice con la idea en mente de que pudiesen sentirse protagonistas de los grandes momentos, de que entendiesen que la Historia no es una lección inerte en los libros de texto y los museos. Y con este escenario creo haberlo conseguido. Han empezado la sesión condenados a muerte, creyendo que saldrían en los Fusilamientos del 3 de mayo de Goya. Han corrido entre las balas de los fusiles y cañones franceses, escondiéndose entre los cadáveres y el humo de las detonaciones. Han callejeado por Madrid para evitar caer en manos de los mamelucos, salvando de este modo la piel. Han lamentado al unísono cada una de las heridas de sus personajes y celebrado cada uno de sus éxitos.
Así que, como os contaba, los protagonistas fueron llevados hasta la Prisión Real, donde iba a estar detenidos hasta el amanecer, cuando les iban a fusilar. Pasaron la noche en vela, negándose a aceptar que fuesen a morir, tratando de hallar alguien a quien sobornar, un barrote que forzar, un milagro, en definitiva. Y este llegó en forma de Marqués de Navarrete. ¿Pero acaso no les había traicionado?
Efectivamente. Se vio obligado a entregarles como cabeza de turco para evitar delatar a personajes más importantes de la Corte que conspiraban para organizar un levantamiento militar. Los franceses retenían a su hijo, y por eso les traicionó. Sin embargo, ahora regresaba para salvarles la vida minutos antes de que llegase el pelotón francés de fusilamiento. ¿Qué iban a hacer? ¿Confiar de nuevo en él o afrontar la muerte?
Por unanimidad aceptaron ayudarle a rescatar a su hijo, pero con la promesa de recompensas posteriores. Tras pasar un par de horas escondidos en algunas dependencias de la prisión consiguieron salir sin llamar la atención, y justo cuando se acercaban a la Plaza Mayor comenzaron a escucharse una serie de detonaciones desde el Palacio. En minutos corrió la voz: ¡Los franceses se llevaban al infante! ¡Han abierto fuego contra la multitud!
Los protagonistas debatieron qué hacer. Algo en los más hondo de su ser les empujaba a buscar a los franceses, aún sin armas, pero también debían ayudar al Marqués. Optaron por tomar el camino largo hacia la casa donde custodiaban al marquesito, lo que les acercaba al epicentro de los combates. Dejando atrás cadáveres y barricadas se acercaron hasta donde pudieron conseguir armas para su propósito, y tras abrir fuego contra los pelotones franceses de la Plaza de Oriente se marcharon
Por el camino tuvieron que esquivar cargas de caballería y pelotones de soldados que abrían fuego indiscriminadamente. Algunos de los disparos les alcanzaron pero, por suerte, de manera superficial. Otros paisanos que caían a su alrededor no tuvieron tanta suerte.
Finalmente llegaron hasta la casa donde retenían al hijo del Marqués. Aquella zona, casi en las afueras, no se había visto afectada por los combates. La casa, con todas las ventanas cerradas, tenía un jardín en la parte trasera. No parecía haber nadie, pero el Marqués sabía que dos guardias custodiaban a su hijo. El plan era intentar entrar con sigilo y todos, menos uno de ellos, lo lograron. Alertado por el escándalo de unas sillas y mesa que caían por el jardín, uno de los guardias abrió la puerta para recibir una lluvia de plomo que lo dejó inmóvil recostado contra la pared. Era necesario actuar con rapidez. El soldado y el marqués entraron en tromba en la casa esquivando el disparo del fusil del segundo guardia. Un par de puñetazos lo derribaron, quedando en el suelo clamando clemencia.
Allí, en una de las habitaciones se hallaba el hijo del Marqués, sano y salvo. Padre e hijo se reunieron, eternamente agradecidos y en deuda con el grupo de valientes que lo habían hecho posible.
A partir de ese momento cada uno decidió seguir su camino. El Marqués regresó a casa para dejar a su hijo en lugar seguro, el Barón y el soldado decidieron regresar al lado del pueblo madrileño para ocupar su lugar en la lucha, el secretario del Barón consideró que no merecía la pena enfrentarse al mejor ejército del mundo, y el sacerdote volvió a su parroquia para rezar y atender a los moribundos.