A estas alturas del curso ya hemos acabado el primero de los temas de los tres en los que he dividido el trimestre (La sociedad feudal) y hemos empezado el segundo (El arte en la Edad Media). Algunos de los alumnos han alcanzado ya más de 400 puntos, mientras otros, sin embargo, siguen anclados en poco más de 100. No es algo que me preocupe en exceso porque estos resultados y este progreso no parecen diferir demasiado de otras gamificaciones que he analizado a lo largo del verano.

Detrás de toda gran medalla está la mano de una gran mujer. En este caso la mía, que se está ganando el cielo a base de dibujar, cortar y pegar. Trabajo en equipo.
El recorrido, apenas un mes y poco más, es corto pero ha sido intenso. Por el camino, con dos de los cuatro grupos con los que empecé a gamificar he vuelto a una estrategia no gamificada, pero no exenta de aprendizaje basado en juegos. Creo que no han sabido entender, o yo no he hecho comprensible, la dinámica que se estaba planteando. La parrilla con las actividades marcadas en rojo no evolucionaba, ni siquiera ante la promesa de los premios a su disposición.
Evidentemente, no puedo comparar en pie de igualdad los resultados que han tenido mis nuevos alumnos con los que tenía el año pasado: ellos eran diferentes y la estrategia pedagógica también. Sin embargo, podría aventurar que los resultados han sido similares en cuanto a la proporción de aprobados y suspendidos.
Lo que creo detectar es una mayor implicación y deseo de acumular puntos. Los alumnos de la parte alta de la tabla, que habrían destacado igualmente con otra metodología, están muy motivados, mucho más que con una clase tradicional diría yo. Luego hay un gran grupo en el medio que van haciendo su trabajo, como queriendo cubrir el expediente y obtener alguna ventaja, pero sin pasarse. Y hay, como siempre, un grupo de cola que no arranca. Lo que quiero decir es que me parece que el sistema gamificado está reforzando mucho a los más trabajadores y despertando un poco el interés de los que solo buscan aprovar.

Los Apóstoles, sometiéndose a una sesión de peluquería.
Esta semana, además, hemos empezado a realizar una actividad muy manual y artística. La mano del rey les ha pedido que, ante la llegada del monarca (o la monarca) a final de trimestre, decoren un templo siguiendo los ejemplos del arte románico, tan típico en el Pirineo catalán. Con ello pretendo que sientan el espacio aula como algo propio, dar una salida a esos que se quejan de que todas las actividades son para los listos, y asignar tareas específicas en las que algunos alumnos puedan destacar y se sientan capaces. Por la cara de algunos, creo que lo estamos logrando.
Por último, creo que, poco a poco, estoy empezando a encontrar una mecánica de desarrollo de las clases con la que empiezo a sentirme cómodo. Para empezar, la primera tarea de cada sesión consiste en recordar las tareas en curso, aquellas que se prolongan más allá de una sesión o que por ser voluntarias no se hacen en clase. Una vez hecho esto procedemos a revisar las actividades que debían presentarse ese día y pasamos a plantear el trabajo de la sesión. Por otra parte, los viernes es el día de las actualizaciones y premios. Ese día vemos la tabla de clasificación, actualizamos el marcador de los grupos y abrimos el mercado para quienes puedan comprar mejoras para su feudo.