Corría el año de Nuestro Señor de 1808 y los protagonistas de nuestra historia se hallaban reunidos en una taberna madrileña aquel domingo 1 de mayo, en aquellos tiempos en que obreros y sindicatos todavía no salían a la calle. Habían sido convocados por el Marqués de Navarrete para desayunar y ponerse al tanto de las últimas noticias.
El variopinto grupo estaba compuesto por el Barón Simón, amigo del Marqués y oficial expulsado del ejército por discrepancias con los franceses; Don Aquiles, secretario del Barón e ilustrado que oculta ciertas simpatías por los franceses; el mosén Iván, antiguo párroco castrense en deuda con el Marqués; y Pepe Gatillo, soldado que se encarga de los asuntos sucios del Marqués.
Estando en la taberna apareció el Marqués en persona, elegante y apuesto, para aclarar el motivo de la reunión. Tras saludar convenientemente a cada uno de los miembros del grupo según su estatus social (privilegiados y no privilegiados) empezó a preguntarles por sus opiniones sobre la situación del país, la presencia de las tropas francesas, las nuevas ideas venidas de Francia, el exilio de la familia real…
De esta manera empezaron los jugadores a meterse en la piel de sus personajes y a responder según la situación de éstos, no según sus inclinaciones propias. También sirvió para constatar si habían estado atentos durante las explicaciones en clase, porque cuando juegas a rol con tu profesor no puedes bajar la guardia ni un momento.
Tras romper el hielo con una charla relajada el Marqués expuso el motivo de la reunión. Resulta que hace poco coincidió en una fiesta con la joven más hermosa de Madrid, la hija del Señor Santa Rita, proveedor de alimentos de la ciudad de la Villa y acaudalado burgués. Su belleza dejó prendado al Marqués quien, desde que enviudó, busca a una joven que dirija su casa. Además, según cuenta él, la joven está igualmente interesada en la relación. Sin embargo, su padre no quiere oir hablar de matrimonio porque, se comenta, hay un oficial francés de alto rango que anda detrás de su hija. ¿Y qué idea corre por la cabeza del Marqués? Raptar a la novia esta misma noche, llevarla a Toledo, a casa de unos amigos, y celebrar allí la boda, contraviniendo la voluntad del padre de la muchacha.
Pero para llevar a cabo el secuestro el Marqués necesita ayuda. Aquí entran los jugadores, que deben averiguar cuánta gente vive en la casa, cómo es por dentro, quién trabaja allí, etc.
Justo antes de abandonar la taberna, los personajes observan cómo el Marqués lanza miradas desconfiadas a uno y otro lado de la calle. ¿Sospechoso?
Cuando se quedan solos, los protagonistas empiezan a trazar un plan que, por muy absurdo que sea y pese a los consejos del máster, deciden ejecutar. Según el plan, el soldado, que va vestido de paisano, será el encargado de entrar en la casa con la excusa de que hay un ladrón mientras el resto del grupo espera en la taberna. Como era de esperar, el servicio de la casa no se traga la mentira, ejecutada torpemente. Muy torpemente.
-Toc toc
-Buenos días, ¿Qué desea?
-Yo… soy un soldado
-Ya…
-Y creo que hay un ladrón…
-¿Dónde?
-En su casa… creo…
Y así… hasta que vieron que aquello no funcionaba. En la taberna decidieron otras alternativas, más complejas aún… El Barón Simón decidio tirar de contactos para obtener una orden falsa que le permitiera patrullar las calles con su amigo el soldado, y pese a lo absurdo de los argumentos consiguió un documento que por lo menos autorizaba a salir de noche sin resultar sospechoso a las rondas nocturnas. Luego, decidieron que el soldado debía ir al cuartel a por su uniforme y sus armas para poder entrar en la casa del burgués Santa Rita. De nuevo la situación fue un tanto ridícula.
-Hola… soy un soldado y vengo a trabajar.
-Hoy no le toca a usted.
-Ya pero quiero hacer horas extras.
Ni siquiera la intervención del Barón Simón arregló las cosas, quien, con la excusa de que un soldado le había mirado mal, intentaba abrirse paso hasta las salas comunes de la tropa.
Y mientras tanto, el secretario y el cura esperaban en la taberna… toooooda la mañana.
A la hora de comer, y tras no haber conseguido nada relevante, decidieron ir a hablar con los vecinos y observar la casa, su movimiento, su ajetreo cotidiano… El párroco hizo su intento de entrar en la casa. Así, con la excusa de que se marchaba de la ciudad para siempre había decidido entrar a bendecir todas y cada una de las casas de Madrid. No tuvo éxito. Sin embargo, preguntando más o menos discretamente a los vecinos consiguieron averiguar quién componía el servicio y en qué consistían los negocios del Señor Santa Rita.
Y por fín, a media tarde, lograron entrar en la casa. La excusa fue el interés por comprar el inmueble por parte del Barón, quien logró que el propio Santa Rita le mostrara la casa por dentro y que, incluso, le invitara a cenar. Lo curioso es que, y aún están dándole vueltas a esto, el burgués se mostrara tan simpàtico pese a haber pifiado el Barón las tiradas de engañar. ¿Por qué?
Enlace a la 2ª parte.