Me gustan las clases magistrales

Y no me avergüenza reconocerlo. Pero parece que hay gente empeñada en que así sea. De un tiempo a esta parte me da la impresión de que se está polarizando el mundo de la enseñanza. Existen los buenos docentes, aquellos que hacen ABP, ABJ, Aprendizaje servicio, Gamificación o Flipped Classroom, y los malos docentes, aquellos que recurren a clases magistrales y solo han cambiado el VHS por el DVD (cuando el presupuesto lo permitía, lo normal es recurrir a descargas ilegales y un pendrive).

¿Y esto a qué viene? Pues que empiezo a cansarme de titulares explosivos cuando la prensa habla de educación.

titular

A lo largo de mi vida como alumno he visto poca innovación. Quizás no era el momento. Entré en el sistema educativo a finales de los 80 y lo abandoné… bueno, ahora soy profe, así que siempre he estado metido en un aula. He visto unos cuantos planes de educación y ninguna intención de resolver problemas.

Durante mucho tiempo, lo más innovador que vi fue el uso de puntos que hacía la señorita Amelia en 4º de EGB. Por ofrecerse voluntario y responder correctamente aquella maestra nos regalaba vales que podíamos cambiar al final del trimestre por cachivaches varios que ella ponía sobre su mesa. A mí aquello me pareció un bombazo. Lo normal, en aquellos tiempos, era la clase magistral: escuchar una explicación, leer unas páginas, contestar preguntas y rellenar exámenes. Desde primaria hasta la universidad.

¿Y creéis que nunca logré sentir emoción o interés por ninguna materia? Al contrario. Tuve profesores a los que considero auténticos profesionales de la clase magistral. Gente con un dominio de la oratoria que sabía cómo venderte hasta el tema más difícil. ¿Y cuáles eran sus recursos tecnológicos? Ninguno.

Vicent, mi profesor de valenciano, fue un déspota para muchos. Era serio, muy serio, nunca le vi hacer una broma. No sé si reía jamás. Pero a base de un sistema tradicional de enseñanza sembró en mi una estima por la lengua que no me ha abandonado. En 4º de ESO hizo algo que no sé si sigue haciendo todavía: obligarnos a escribir un libro. Y fue una de las pocas actividades que recuerdo de aquellos años. Fue todo un reto apasionante. En 40 páginas conté la la historia de un soldado de infantería del Starcraft (un pastiche entre el videojuego, las novelas de Sven Hassel,  el manifiesto comunista, y las pocas nociones de filosofía y religión que poseía). Aún recuerdo que al entregarme aquel sobresaliente me dijo: pensava que era un joc de rol.

En el instituto hubo otro docente que me inspiró sobremanera. Se trataba de Emilio Salazar. Durante la primera de las clases de latín que impartió nadie abrió la boca. Lamento no recordar lo que dijo, solo sé que pensé: «joder, que nivelazo. Este tío es un crack». A lo largo de los dos cursos del bachillerato lo confirmé. Lo vi reír con nosotros y de nosotros, emocionarse con nuestras ocurrencias, llorar cuando nos habló de los sucesos de Vitoria en 1976 (nosotros, en nuestra juvenil insensatez, nos tomábamos los días de huelga como una fiesta) y conmoverme tocando mi fibra sensible (aquel día lo tengo grabado a fuego en mi memoria, nunca había visto llorar a un profesor). Solo necesitaba su don de la oratoria, su dominio del lenguaje. Hizo del latín mi asignatura favorita.

Ya en la carrera de Historia, tuve el placer de disfrutar de algunas de las mejores clases magistrales de mi formación. Podría haberme pasado horas escuchando a Peña, Garcia-Oliver, Nebot o Ruzafa por citar solo cuatro de aquellos profesionales. Ellos lograron, y no es broma, emocionarme con la Historia. Hasta los hechos más cotidianos de nuestros antepasados tenían un punto de épica, como si los guionistas de Hollywood se estuviesen dejando las mejores historias sin contar. Sus únicos instrumentos fueron sus conocimientos y sus voces.

Todos estos profesionales que he mencionado supieron hacerme pensar que la profesión docente es una actividad que puede sacar lo mejor de cada uno, tanto del que enseña como del que aprende. Más tarde, en la práctica comprobé que en un aula los papeles de uno y otro no están siempre tan claros. Y que emociones hay, de positivas y negativas.

Cierto es que son pocos aquellos profesores a los que recordamos por esta habilidad comunicativa, pero eso no invalida el valor de las clases magistrales ni los discursos bien elaborados. De igual manera, no todos los profesores que intentan innovar dominan todas las tecnologías, recursos o metodologías punteras. Y eso no les hace menos valiosos.

Digo yo que si desde la Antigüedad la oratoria y la retórica han sido materias de estudio no es solo porque tenían, sino que siguen teniendo, un gran valor. Damos por hecho que el profesor sabrá transmitir la emoción que siente por su materia a los demás solo por ser un licenciado universitario. Y eso es un error. Lo diré sin tapujos: no aprendí nada en el curso del CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica), y no sé si los futuros profesores están aprendiendo algo con el máster. Desde luego nadie me dijo que la forma en que transmitimos un mensaje fuera tan importante.

Algunos de mis compañeros dicen que antes no había tantas distracciones. No había móviles, ni aplicaciones, ni redes sociales… ¿Acaso pensáis que en mi infancia-adolescencia no había distracciones? La Spectrum, el Atari, la Megadrive y la Playstation nos sorbían igualmente el interés, el deporte también nos ocupaba tardes enteras y las hormonas nos reblandecían el cerebro.

En mi opinión, basada en la teoría y mi práctica diaria, los docentes debemos saber utilizar las clases magistrales como un recurso más, sin sentir vergüenza por ello. Lo ideal es hallar un equilibrio entre la multitud inabarcable de recursos y las muy variadas estrategias y metodologías (¿Cuál es la diferencia? En serio). En nuestro trabajo, lo ideal es saber hallar aquello que puede resultar mejor para los alumnos.

En resumidas cuentas, me da la impresión (basada en la observación directa) que este tipo de titulares solo contribuyen a que buena parte del profesorado se ponga a la defensiva y recele de cualquiera que venga a justificar la necesidad de introducir nuevas estrategias en el aula (por muy avaladas que estén por la neurodidáctica). Muchos docentes se sienten cuestionados por la sociedad y el entorno directo de trabajo (equipos directivos, compañeros, familias, alumnos) y ocurre tanto con los docentes calificados de tradicionales como los llamados innovadores. Se está dando forma a una confrontación que todavía hoy no ha pasado de las notas anónimas, la no renovación de interinos o la obstrucción a la formación y el perfeccionamiento.

Y ya que hemos estado hablando de Historia, no olvidemos que, en el pasado, las palabras pronunciadas a pie de calle o desde un púlpito fueron capaces de desencadenar transformaciones sociopolíticas de gran calado. Porque las palabras, pronunciadas con maestría, transmiten conocimientos, alteran las emociones y conmueven al oyente.

8 comentarios en “Me gustan las clases magistrales

  1. Genial! Me ha encantado tu valoración. Como alumna universitaria actual te diré que muchos de mis compañeros se quejan de las clases magistrales que tenemos y muchos docentes se centran demasiado en innovar en clase, proponiendo alternativas a las clases magistrales. Personalmente, me cuesta más asumir la materia en estas ‘clases inovadoras’ que en una clase magistral, aunque tenga que apañarmelas más tarde y pensar que el profesor se ha esforzado por traernos algo nuevo (aunque no haya funcionado) ¡Soy una fan de las clases magistrales y no me averguenza decirlo!

    • Lo ideal, a fin de cuentas, es que el docente domine un amplio espectro de metodologías y sepa seleccionar de cada una lo más adecuado a sus alumnos. El problema es que hay tantos alumnos que es difícil acertar con algo para todos. Lo importante como alumnos es saber valorar que muchos docentes tratan de innovar para darnos la mejor formación posible y que supone un gran esfuerzo. ¡Ánimo con la carrera! Gracias por tu comentario 😀

  2. Me ha encantado tu escrito. Creo que nada puede contra un buen discurso, y te lo digo yo que paso tardes enteras haciendo power points, kahoots, cerebrities y lo que se tercie. Pero no rechazo la clase magistral.
    De los mejores profesores que he tenido recuerdo a uno del conservatorio, que ya se murió el pobre, que se llevaba su vaso de agua, se sentaba en una mesa de despacho encima de una alta tarima y hablaba y hablaba, parando sólo para poner audiciones. Lo que más me impresionó es que el libro de texto también lo había hecho él y pensaba ¡la leche! ¡una pasada lo que sabe este señor!
    Recuerdo también cuando me operaron de la vista y pasé un mes o así sin poder leer, jugar a videojuegos, ni ver la televisión. A algunos de mis alumnos les da un pasmo si les pasa, jajaja. Me enganché a los Pasajes de la Historia que radiaba el gran Cebrián en la Rosa de los Vientos. Sólo una voz hablando con pasión de historia y música de fondo. No hacía falta más. Muchas veces los sigo escuchando de la que voy a clase y les suelto mis pequeños discursos, y te aseguro que si se trata de bersérkers, almogávares o cruzados no tengo que pedir silencio.
    Ojalá dejaran de enfrentarnos a unos y otros. ¡Vivan los profesores tradicionales y los innovadores!

    • La voz es nuestra primera herramienta. Debería ser prioritario una buena educación del profesor en su dominio. Me encanta usar la gamificación, los juegos y sus recursos, pero sin la voz estamos vendidos. Hagamos las clases com las hagamos, hemos de tener en mente que tenemos un objetivo común y no debemos perdernos en trifulcas estériles. Gracias por tu comentario!

  3. Fui alumno de Emilio Salazar, y de Paco Iborra, y aun recuerdo como se emocionaba leyendo a Vicente Aleixandre, y gracias a Ana González, soy profesor de historia. Comparto muchos de tus argumentos. En el equilibrio debe estar la clave. El problema, por mi experiencia, es que la oratoria no es suficiente. Me explico. La capacidad de un grupo de 2 eso «estándar» de encandilarse con la oratoria desde las 8 a las 15 horas es limitada. El reto del docente en el siglo XXI, es saber aprovechar todas nuestras herramientas para conseguir nuestro objetivo: alumnos que aprenden. Personalmente, seguiré admirando al compañero que lo consiga con la clase magistral, de la misma manera que reconoceré el esfuerzo que hacen otros docentes que buscan otras soluciones en su día a día en el aula con sus alumnos. Si te soy sincero, tras 20 años de trabajo, me he decidido por caminar por territorio desconocido. Y lo mejor la respuesta de mis alumnos. Un saludo y enhorabuena por la reflexión.

Deja un comentario